viernes, 2 de marzo de 2012

El valor del dinero


Las 80.000 pesetas (480 €) que gané con mi trabajo en los invernaderos durante todo el verano, las invertí en un viaje a Escocia, Irlanda, Bélgica y Francia. ¡qué poco tardamos en gastarnos algo que nos cuesta tanto conseguir!, pero ¡cómo disfruté gastándolos!.

En esa época se daba una situación peculiar, en lo que hace referencia a la dificultad para obtener dinero. En innumerables ocasiones hemos escuchado aquello de: “si supieses lo que cuesta ganarlo, no lo gastaría así”, pero la verdad es que a esas altura ya tenía claro lo que costaba ganarlo, pero también tuve presente las diferencias entre trabajos.

Mientra que para ganar 20.000 pesetas (120 €) necesitaba medio mes trabajando en invernaderos, sólo necesitaba una o dos mañanas tocando la gaita en la Plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela (segunda actividad a la que me venía dedicando desde hacía unos meses).

Había empezado a tocar el la calle sacándole partido económico a una de mis habilidades, pues tocaba la gaita desde que tenía 10 años. Al principio trabajaba por objetivos: comprarse un disco, asistir a algún concierto, etc. Una vez obtenido el dinero necesario cesaba en mi actividad, hasta que aparecía en el horizonte una nueva necesidad que satisfacer. Acababa de inventar el TPO (Trabajo por objetivos).

Lo de ser músico de calle me hacía sentir mucho más cerca del mercado.  Mirando a los “clientes” (turistas que pasaban frente a mí) intentaba identificar sus necesidades, y en la medida que lo lograba, y con ello satisfacerlas (foto con el gaiteiro, muiñeira para bailar y grabar en vídeo, etc), se veía recompensado mi esfuerzo con un suculento donativo (billetes en un buen número de ocasiones).

Recuerdo, en particular un día en el que estaba tocando en el arco que da paso de la Plaza del Obradoiro a la de la Azabachería.

Desde el balcón del Hostal de los Reyes Católicos se asomó una pareja que estaba alojada en la habitación más próxima al lugar en donde yo estaba tocando desde antes de las 10 de la mañana.



Al verla salir al balcón con sus albornoces temí lo peor. Supuse que los había despertado y que en breve una amable pareja de policías locales acudirían a mi encuentro para invitarme a concluir mi concierto mañanero, pero, cuál fue mi sorpresa cuando media hora más tarde, la pareja del balcón, ataviada ya con ropas más adecuadas para el paseo, se acerca y, en una pausa entre canciones, me agradecen sinceramente que lo hubiera despertado con el sonido de la gaita.

Eran hijos de emigrantes gallegos en Argentina y, por lo que me indicaron, recordarían siempre su estancia en el Hostal y el despertarse con el sonido de una gaita en esa Galicia de la que tanto había oído hablar. El resultado, 2000 pesetas (12 €) de donativo y una foto que hoy estará en algún álbum en Buenos Aires.

En cambio, trabajando en los invernaderos, la situación era muy distinta. Mis esfuerzos no se veían recompensados, ni en una mayor paga ni en el reconocimiento por parte de los clientes, que dicho sea de paso, ni conocía ni tenía acceso a ellos.

En ese momento me di cuenta de la importancia que tiene para un trabajador  (al menos para mi) conocer qué es lo que aporta al proceso productivo y ver, por otra parte, recompensados los esfuerzos.

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