viernes, 24 de febrero de 2012

El abandono del sector primario


De este modo la idea de crear una empresa de producción de flor fue tomando forma. En las clases en las que los profesores no lograban captar mi atención iba dibujando los planos de la explotación, al tiempo que me planteaba el modo en el que mis abuelos podían cederme terrenos para implantarla.

En un inusual acto de reflexión por mi parte, me planteé la necesidad de “probar” lo que significaba trabajar en este tipo de explotaciones. El papel lo soporta todo y pese a que pudiese escribir un motón de elementos positivos para crear esta empresa, la verdad es que no tenía ni la más mínima idea de cómo se desarrollaba esta actividad y lo difícil que esto pudiese resultar.

Años más tarde, preparándome para impartir cursos a emprendedores, aprendí que para que una empresa sea viable lo tiene que ser técnica, económica y financieramente. En mi caso estaba ya en duda la primera de ellas, ¿sería yo capaz de producir flores sin tener ningún conocimiento técnico de la actividad?.



Más adelante incumpliría esta norma abriendo un negocio del que no tenía ningún conocimiento técnico. No por ello fracasé en el proyecto, pero la verdad es que sigo diciéndole a mis alumnos que no inicien una actividad de la que no tengan suficientes conocimientos.

 Así pues, en el verano de cuarto a quinto de carrera (auténticas últimas vacaciones de estudiante) en vez de disfrutar de un merecido descanso, logré un trabajo de ayudante en unos invernaderos dedicados a horticultura. No era lo mismo que las flores, pero para hacer la prueba era más que suficiente.



El resultado final de esta “prueba laboral” fue que abandoné la idea de crear una empresa de invernaderos, pero la experiencia fue, sin duda, enriquecedora desde un muchos de puntos de vista.

El horario de trabajo era de ocho de la mañana a una del medio día  y de cinco a ocho de la tarde. Con este horario se pretendía evitar las horas más calurosas, en las que, como podéis suponer, entrar en un invernadero se parece enormemente a caer directamente en los infiernos. No es que a eso de las cinco de la tarde la situación fuese muy distinta, los más de cuarenta grados centígrados hacían que la ropa estuviese empapada en sudor antes de haber llegado a la mitad del invernadero y sabías que aún te quedaban dos horas sufriendo ese calor insoportable.

Mirando el lado positivo, en aquella época tenía mi cutis en perfecto estado, con todos los poros completamente limpios. Mi figura se mantenía esbelta, con un peso de 67 kilos, sin la menor presencia de grasa y sin necesidad de practicar ningún sufrido deporte.

La decisión de abandonar la idea de crear la empresa de invernaderos no se debió a un único elemento, más bien se trató de una conjunción de causas que me llevaron, por una parte, a entender las limitaciones que sobre la gestión de la empresa tenía la falta de conocimientos sobre la materia (en este caso agricultura), y por otra, las condiciones laborales del sector lo hacían poco atractivo para alguien que tendría en el momento de crearla 23 años.

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