De este modo la idea de crear una empresa de producción de
flor fue tomando forma. En las clases en las que los profesores no lograban
captar mi atención iba dibujando los planos de la explotación, al tiempo que me
planteaba el modo en el que mis abuelos podían cederme terrenos para
implantarla.
En un inusual acto de reflexión por mi parte, me planteé la
necesidad de “probar” lo que significaba trabajar en este tipo de
explotaciones. El papel lo soporta todo y pese a que pudiese escribir un motón
de elementos positivos para crear esta empresa, la verdad es que no tenía ni la
más mínima idea de cómo se desarrollaba esta actividad y lo difícil que esto
pudiese resultar.
Años más tarde, preparándome para impartir cursos a
emprendedores, aprendí que para que una empresa sea viable lo tiene que ser
técnica, económica y financieramente. En mi caso estaba ya en duda la primera
de ellas, ¿sería yo capaz de producir flores sin tener ningún conocimiento
técnico de la actividad?.
Más adelante incumpliría esta norma abriendo un negocio del
que no tenía ningún conocimiento técnico. No por ello fracasé en el proyecto,
pero la verdad es que sigo diciéndole a mis alumnos que no inicien una
actividad de la que no tengan suficientes conocimientos.
Así pues, en el
verano de cuarto a quinto de carrera (auténticas últimas vacaciones de
estudiante) en vez de disfrutar de un merecido descanso, logré un trabajo de
ayudante en unos invernaderos dedicados a horticultura. No era lo mismo que las
flores, pero para hacer la prueba era más que suficiente.
El resultado final de esta “prueba laboral” fue que abandoné
la idea de crear una empresa de invernaderos, pero la experiencia fue, sin
duda, enriquecedora desde un muchos de puntos de vista.
El horario de trabajo era de ocho de la mañana a una del
medio día y de cinco a ocho de la
tarde. Con este horario se pretendía evitar las horas más calurosas, en las
que, como podéis suponer, entrar en un invernadero se parece enormemente a caer
directamente en los infiernos. No es que a eso de las cinco de la tarde la
situación fuese muy distinta, los más de cuarenta grados centígrados hacían que
la ropa estuviese empapada en sudor antes de haber llegado a la mitad del
invernadero y sabías que aún te quedaban dos horas sufriendo ese calor
insoportable.
Mirando el lado positivo, en aquella época tenía mi cutis en
perfecto estado, con todos los poros completamente limpios. Mi figura se mantenía esbelta, con un peso de 67 kilos, sin la menor presencia de grasa y sin necesidad de
practicar ningún sufrido deporte.
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