Fueron días o más bien meses complicados, donde la búsqueda
de una nueva motivación para avanzar en los estudios se veía dificultada por las diversas tentaciones de una ciudad universitaria cargada de actividades “extraescolares”
que impedían que lograse una adecuada concentración en los estudios.
Y pasó lo que tenía que pasar. En el mes de enero decido
dejar de asistir a clases. Los profesores no eran un elemento motivador
para continuar con unos estudios que me llevarían por un camino que no quería
recorrer. Ellos, con sus permanentes referencias a los exámenes y al estudio, alteraban el necesario equilibrio mental que precisaba yo para disfrutar en plenitud de Santiago.
Como podéis suponer el resultado, a finales de junio, fue realmente
desastroso y eso que terminando mayo un rayo de luz iluminó mi nublado
entendimiento.
“Si no lograba aprobar un número significativo de materias,
mi andanzas por Compostela finalizarían de golpe”.
Así pues, tras un esfuerzo corto, pero intenso, logré
aprobar 3 asignaturas, de un total de 6. Para mi todo un éxito, visto lo que
había sucedido, pero claramente insuficiente para mis progenitores, que nos
recibieron a mi y a mi hermano con
un:
- - No pagamos vacaciones. Si queréis seguir estudiando en Santiago ya podéis ir aprobando.- Nos dijeron papá y mamá mientras que nosotros estábamos sentados con cara de resignación sabiendo que tenían razón.
Dicho y hecho, en septiembre dos asignaturas más aprobadas,
y habrían sido tres de no ser por una discusión acalorada que en el mes de junio había tenido con
el profesor de Teoría Económica. En ella lo había acusado de “ir contra nosotros” a lo que añadí alguna que otra joya que no debo ni puedo reproducir aquí.
Todo fue el resultado de que hubiese alterado el modo de puntuar el examen. Este cambio supuso que algunos de nosotros, pudiendo estar aprobados, estábamos suspensos.
La discusión habría quedado ahí sin pasar a mayores y
posiblemente yo aprobado el examen de septiembre, de no haber aparecido pinchadas las
cuatro ruedas del coche a dicho profesor. Actividad de la que él me acusó
directamente a mi.
Tengo que deciros que yo no había sido, que mi frustración
la encaucé mediante los insultos que proferí ante él, y así se lo hice saber, pero debí de ser poco convincente y
mis exámenes de Teoría económica de primero aparecieron suspensos hasta que ya
no pudo más que ponerme un aprobado. En tercero de carrera con notable en
Microeconomía de segundo y Matrícula de Honor en Macroeconomía de tercero tuvo que aprobarme Teoría Económica de primero pues no resultaba muy razonable que figurase suspensa.
Y así fue como encontré una nueva motivación para estudiar.
No quería dejar de disfrutar de Santiago. Para un estudiante esta ciudad se
aproxima a la visión que yo podría tener del paraíso terrenal, en caso de que
fuese creyente.
Ser estudiante en Santiago y conseguir aprobar algo requiere de un esfuerzo que ningún padre es, no será nunca, capaz de calibrar.
ResponderEliminarGrandes personalidades se forjan en estas maratonianas jornadas de estudio de última hora.