Por aquel tiempo A Vaca, no estaba muy tecnificada, por lo
que el “ordeño” de la empresa tenía un marcado carácter artesanal.
Las decisiones que iba adoptando se debían a la
interpretación que hacía sobre el comportamiento de la demanda, prestando poca
o muy poca atención a elementos relativos a la viabilidad económica o financiera de la empresa.
Mi comportamiento tenía cierta lógica, atendiendo a la
situación en la que desarrollaba la actividad,
dado que no había aplazamientos en los cobros, por lo que la viabilidad
financiera de la empresa estaba directamente relacionada con la viabilidad
económica que podíamos reducir a un:
Ingresar por ventas más de los suponía el pago a trabajadores, proveedores, acreedores y tener capacidad para soportar las amortizaciones.
Según indicaba el saldo de la cuenta bancaria del
establecimiento, que por ese entonces era una de mis propias cuentas bancarias (dado que había decidido tener la personalidad jurídica de autónomo) lo estaba
consiguiendo.
En un mercado no saturado, como era en el que yo estaba
operando, con una demanda creciente y con márgenes comerciales positivos y elevados, la
estrategia adecuada parecía la de desarrollo de mercado, no luchando por captar clientes de otros establecimientos (ampliando la porción de tarta) si no, intentando que la tarta fuese más grande.
En un caso como este era mejor cooperar que competir.
Y a eso me dedicaba, a intentar captar clientes nuevos que me
permitiesen “desestacionalizar” la demanda, aprovechando nuestro extenso
horario de apertura, de siete de la mañana a dos de la madrugada, siete días a
la semana, 364 días al año (sólo cerrábamos el
día 1 de enero de cada año, después de la negativa experiencia de haber
abierto un día 1 y no poder aguantar más del cansancio después de una larga Noche Vieja).