viernes, 24 de febrero de 2012

Hoy es un día cualquiera


México D.F. ,6:30 de la mañana, suena el despertador y después de las consabidas llamadas por Skype a casa, la lectura de los correos de la mañana (hora española), una breve consulta a los periódicos del otro lado del charco, ponerse los tenis y salir a correr. Hoy tocan tres vueltas a la calle Ámsterdam (6 km).

Hasta aquí, un día como otro cualquiera.

Hoy tenía programadas un par de “juntas” (como dicen en México), la primera con un empresario gallego que quiere entrar en el mercado mexicano. Un café, un par de consejos y el contacto con un empresario mexicano que puede ser de su interés, y con ello cerrado ya el primer asalto.

La segunda era algo más complicada. Una junta con uno de nuestros clientes más importantes. La próxima semana presentamos dos proyectos en los que está involucrado este cliente y los nervios están haciendo ya su aparición.

Debo reconocer que sobre todo en uno de los proyectos hemos cometido un importante número de errores. El primero, como casi siempre, mío, sin posibilidad de trasladarle la responsabilidad a otros.
Normalmente cuando un proyecto no sale como debe, hay que buscar las causas en los orígenes. En muchas ocasiones ésta tiene que ver con la composición del equipo. Podría quedarme ahí y achacar el resultado a ellos, pero eso sería quedarse a medio camino del origen.

Por detrás del equipo está el proceso de selección, que en este caso fue completa responsabilidad mía.
Cuando crees en las estructuras orgánicas y que tus colaboradores se comportan siguiendo los principios de la Teoría Y de Douglas McGregor, tiendes a asignar tareas y dejar libertad para su ejecución.
El problema surge cuando realmente has seleccionado a un equipo donde el/la coordinador sigue los principios de la  Teoría X.

Realmente el problema no sería en sí éste, si no, no haber establecido los sistemas de control necesarios para asegurar el cumplimiento de los compromisos, por parte de este tipo de colaboradores.

Y así llegamos a un día como hoy en el que me reunía para intentar solucionar alguno de los problemas principales antes de la presentación.

A la salida de la reunión la cosa parecía encaminada. Sólo quedaba que una compañera finalizase otra junta, por el otro proyecto, y ya podríamos sentirnos en fin de semana.

Justo en el momento en el que me estaba llamando mi compañera de trabajo, entraban por WhatsApp varios mensajes de mi cliente mostrando su disconformidad con los plazos que estábamos manejando.




Empezó ahí una carrera al más puro estilo "Corre, Lola, corre" con el objetivo de lograr tranquilizar al cliente. Pero como casi siempre, llegó la noche y las cosas aún no están como esperábamos.

Mañana espero que las cosas estén mejor, no para nosotros, que tenemos la firme convicción de que el trabajo estará bien y a tiempo, si no, para el cliente al que no hemos conseguido trasmitir tranquilidad.

¡Cuánto nos falta aún por aprender!


El abandono del sector primario


De este modo la idea de crear una empresa de producción de flor fue tomando forma. En las clases en las que los profesores no lograban captar mi atención iba dibujando los planos de la explotación, al tiempo que me planteaba el modo en el que mis abuelos podían cederme terrenos para implantarla.

En un inusual acto de reflexión por mi parte, me planteé la necesidad de “probar” lo que significaba trabajar en este tipo de explotaciones. El papel lo soporta todo y pese a que pudiese escribir un motón de elementos positivos para crear esta empresa, la verdad es que no tenía ni la más mínima idea de cómo se desarrollaba esta actividad y lo difícil que esto pudiese resultar.

Años más tarde, preparándome para impartir cursos a emprendedores, aprendí que para que una empresa sea viable lo tiene que ser técnica, económica y financieramente. En mi caso estaba ya en duda la primera de ellas, ¿sería yo capaz de producir flores sin tener ningún conocimiento técnico de la actividad?.



Más adelante incumpliría esta norma abriendo un negocio del que no tenía ningún conocimiento técnico. No por ello fracasé en el proyecto, pero la verdad es que sigo diciéndole a mis alumnos que no inicien una actividad de la que no tengan suficientes conocimientos.

 Así pues, en el verano de cuarto a quinto de carrera (auténticas últimas vacaciones de estudiante) en vez de disfrutar de un merecido descanso, logré un trabajo de ayudante en unos invernaderos dedicados a horticultura. No era lo mismo que las flores, pero para hacer la prueba era más que suficiente.



El resultado final de esta “prueba laboral” fue que abandoné la idea de crear una empresa de invernaderos, pero la experiencia fue, sin duda, enriquecedora desde un muchos de puntos de vista.

El horario de trabajo era de ocho de la mañana a una del medio día  y de cinco a ocho de la tarde. Con este horario se pretendía evitar las horas más calurosas, en las que, como podéis suponer, entrar en un invernadero se parece enormemente a caer directamente en los infiernos. No es que a eso de las cinco de la tarde la situación fuese muy distinta, los más de cuarenta grados centígrados hacían que la ropa estuviese empapada en sudor antes de haber llegado a la mitad del invernadero y sabías que aún te quedaban dos horas sufriendo ese calor insoportable.

Mirando el lado positivo, en aquella época tenía mi cutis en perfecto estado, con todos los poros completamente limpios. Mi figura se mantenía esbelta, con un peso de 67 kilos, sin la menor presencia de grasa y sin necesidad de practicar ningún sufrido deporte.

La decisión de abandonar la idea de crear la empresa de invernaderos no se debió a un único elemento, más bien se trató de una conjunción de causas que me llevaron, por una parte, a entender las limitaciones que sobre la gestión de la empresa tenía la falta de conocimientos sobre la materia (en este caso agricultura), y por otra, las condiciones laborales del sector lo hacían poco atractivo para alguien que tendría en el momento de crearla 23 años.

miércoles, 22 de febrero de 2012

¿De dónde vienen las ideas?


La primera idea de negocio real que valoré tuvo su origen en la realización de un trabajo para una asignatura en segundo de carrera.

La temática que había escogido fue “Los invernaderos de flor en la comarca de Ferrol”.  Realmente en la elección del tema hicieron su parición dos componentes, el primero tenía que ver con la cercanía de este tipo de invernaderos a la casa de mis padres y, el segundo con el interés que desde pequeño tuve en la producción de bienes, especialmente aquellos que provenían directamente de la tierra o del mar. Supongo ello se debía a un ancestral miedo a no ser capaz de alimentarse en la etapa adulta.



Según el test de Kolt sobre estilos de aprendizaje, que realicé años más tarde, mi estilo se denomina ”Adaptador·.

Los puntos fuertes que destaca el autor sobre este tipo de personas es que hacen y se involucran en cosas y experiencias nuevas.

Suele ser más arriesgado que el resto de las personas y se le llama “adaptador” porque destaca en situaciones donde hay que adaptarse a circunstancias inmediatas específicas. Es pragmático, en el sentido de descartar una teoría sobre lo que hay que hacer, si ésta no se aviene con los “hechos”. El adaptador se siente cómodo con las personas, aunque a veces se impacienta y es “atropellador”. Esta persona suele encontrarse dedicado a actividades técnicas o prácticas, como los negocios.

A la vista de lo anterior, parece evidente que el emprendimiento podría ser una opción lógica en mi vida y así fue y también es cierto que la impaciencia y el ser algo "atropellador" condicionan muchos de mis comportamientos.

Sin saber que mi personalidad era adecuada para ello, me planteé, entonces, la posibilidad de crear una empresa dedicada a la producción y comercialización de flor. El mercado estaba en alza, por aquel momento y tendría muchas posibilidades de desarrollo con una adecuada incorporación de la tecnología en las explotaciones. 

Esto último hacía que me pareciese más atractivo ya que dedicarse a la agricultura tradicional no estaba en los planes de un pequeño urbanita como yo.

Durante los siguientes años fui planteando más en serio la posibilidad de crear una empresa al acabar mis estudios universitario.

Por una parte serviría para poner en práctica mis teorías sobre la posibilidad de crear “otro tipo de empresa”, y por otra, me permitiría lograr un modo de vida en un momento en el que la crisis económica te mandaba al paro un buen número de años al acabar la carrera.

martes, 21 de febrero de 2012

Desgraciadamente lo bueno suele acabarse.


Del último año de carrera guardo recuerdos encontrados. Por una parte fue para mi el mejor año en la Universidad. Tanto mi actividad académica como la extra-académica llegó a su punto álgido.

Mis actividades paralelas para la obtención de recursos económicos (impartición de clases particulares y música en la calle) funcionaban adecuadamente, por lo que las posibilidades de diversión aumentaron sustancialmente.

Como buena parte de mi vida, este año también tiene su propia banda sonora. En este caso es el Alalá das Mariñas que tantas y tantas veces toqué en el Arco del Obradoiro y que me hacía sentir en paz.



Con relación a mi vida, había logrado una cierta estabilidad emocional. Tenía una compañera, que pese a lo mucho que nos separaba, tenía aún más cosas que nos unían y con ella llegué a tener mis primero planes para el futuro, entendiendo por tales aquellos que superaban las dos semanas siguientes.

Disfrutaba en las clases, me gustaban las materias, aunque en innumerables ocasiones mi interpretación de lo expuesto por los profesores estaba en las antípodas de lo que ellos mayoritariamente propugnaban.
Ya casi desde segundo empecé a construir un modelo paralelo, entendiendo que las empresas podían seguir modelo distintos a los expuestos.

Durante cierto tiempo orienté mi interpretación disonante hacia la defensa de la empresa pública, pero el tiempo y la lectura de algunos autores, evidentemente tendenciosos, me hizo abandonar esa visión reduccionista.

El problema no estaba en quien o quienes eran los propietarios de una determinada empresa. El problema, para mi, está en entender las relaciones empresariales, a cualquier nivel, como una guerra donde la empresa es el campo de batalla. Yo gano ergo tu pierdes.

El yo puede ser el trabajador o el empresario, el cliente o el proveedor, hacienda o el contribuyente o todos al mismo tiempo.

Cada uno hace su propia construcción de la realidad, situando al otro como enemigo. Esto hace poco viable poder llegar a ningún acuerdo, salvo los referidos a los necesarios períodos de tregua para que cada cual recoja a sus "muertos".

Esta situación nos lleva a la supremacía del yo frente al nosotros.  A sacrificar el bien común por el bien de un determinado colectivo.

Así encontramos empresarios que explotan laboralmente a sus trabajadores apropiándose de sus ilusiones y su futuro y a trabajadores, que con su actitud en el trabajo, encaminan irremediablemente hacia la quiebra a sus empresas.

Desde aquellos años he asumido como una de las pocas verdades que guían mi vida que ni el trabajador el bueno simplemente por el hecho de ser trabajador, ni el empresario es un “cabrón explotador” por el simple hecho de ser empresario.

Porcentualmente hay tantos malos empresarios como malos trabajadores, por lo tanto, operando en estas claves, la partida acabará siempre en tablas.

Con estas bases entendí que la solución estaba en la educación. Teníamos que  presentar a los estudiantes un modelo mucho más colaborativo de la empresa o mejor dicho, de la economía y del desarrollo. Pero esto podía esperar.

Tenía un plan más cercano que me agradaba más que ponerme a preparar oposiciones para ser profesor. Iba a aprender a hablar inglés en Irlanda, ese país en el que tan bien lo habíamos pasado tres amigo y yo en un viaje en el verano de cuarto de carrera.

lunes, 20 de febrero de 2012

El tiempo pasa...


Por tomar el título de la letra de una canción de Pablo Milanés, la comparto con vosotros.



Los años siguientes fueron pasando con una mayor capacidad para adaptarme a los tiempos de la universidad. Los dos primeros meses puedes pasarlos de “fiesta total” siempre y cuando asistas a clases y sepas frenar unas semanas antes de las navidades, para preparar los primeros parciales. Acabados éstos te puedes coger un nuevo mes de vacaciones, o algo más, para encarar con fuerzas el final del curso y cumplir con un ratio razonable de calificaciones.

Este nuevo conocimiento sobre la realidad universitaria me permitió ir mejorando mis calificaciones, al punto que, una vez finalizado tercero de carrera, me pareció que debía compatibilizar empresariales con otra carrera más, de la que matriculé al curso siguiente.

Con lo que no contaba yo era con la aparición en mi vida, en cuarto de carrera, de algunos nuevos elementos que distorsionaban mi capacidad para atender adecuadamente dos carreras, estos son: mi primera novia en la Universidad y un sindicato de estudiantes en el que buscaba el apoyo ideológico que no encontraba ni entre mis profesores, ni entre mis propios compañeros.



Como consecuencia de este nuevo entorno, unos resultados académicos aceptables y una segunda carrera abandonada, pero no me quejo ya que la universidad debe servirnos también para formarnos humanamente, y en ese campo estaba alcanzando grades avances.

domingo, 19 de febrero de 2012

Entre Hermann Hesse y Mozart


Parte de la culpa de lo que sucedió en mi primer curso en la universidad la tuvo el lugar donde residía y el número de compañeros con los que habitaba.

Vivía por aquella en un piso de cuatro habitaciones situado en la sexta planta del número 23 de la calle Santiago de Chile, núcleo indiscutible de la vida universitaria a finales de los ochenta.

Para que os acompañe durante la lectura de este largo post os recomiendo la que para mi es la banda sonora de toda aquella época, La Misa de Coronación de Mozart  K317.



El ensanche compostelano y en particular la calle Santiago de Chile era una zona colonizada por estudiantes, sirva decir que en todo nuestro edificio, con ocho plantas y cuatro pisos por planta, sólo residían 3 familias. Para nuestra desgracia, una de ellas en el 5º A, justo debajo de nuestro apartamento.

En este piso residíamos de modo habitual 5 personas pero contábamos con una población flotante de casi otras cinco. Esto suponía que cualquier noche del año podían estar durmiendo en casa, o haciendo lo que les pareciese, sobre una ocho personas y algún que otro animal de dos y cuatro patas.

En esta situación es difícil no caer en la tentación, aunque tenga uno el firme propósito de dedicar cierto tiempo al estudio. Debo señalar que no me puede acusar por caer ya que Satán tentó a Jesús tres veces y no cayó y yo las tres tentaciones también las aguantaba a la perfección, el problema era cuando estas llegaban a cinco.

Uno está tranquilamente leyendo los apuntes en su habitación, habiendo logrado aislarse del ruido de fiesta que llega del salón, donde las risas acompañan el final de cada uno de los chistes que cuentan los residentes y las visitas. Pero, cuando crees que ya lo has logrado, aparece por tu puerta la primera persona proponiéndote un plan para ese momento que a todas luces mejorará tu bienestar.

A este primero eres capaz de negarte, como el segundo y al tercero, pero cuando ya abre la puerta la quinta persona… te derrumbas irremediablemente y cedes a la tentación. Cierras la carpeta con los apuntes, te pones unos zapatos adecuado, tomas la cazadora y sales a explorar que nuevas actividades y territorios pueden ser descubiertos en la ciudad.

No se muy bien el motivo, pero durante un tiempo nuestra casa se convirtió en Territorio Comanche.  Cuando estabas fuera, el resto de los compañeros y algunos amigos, se dedicaban a llenar el piso de trampas de agua, con el propósito de que el que no estaba acabase completamente empapado.

Supongo que el origen está en aquella tradición compostelana del “agua va” con la que nos divertíamos empapando a los que pasaban por la acera.

En nuestro caso era relativamente sencillo lograr “dianas” ya que el edificio carecía de cornisa donde resguardarse una vez que escuchabas la fatídica frase. Sólo te quedaba echarte a correr. Pero en la mayor parte de los casos esto no te libraba de acabar empapado ya que habíamos perfeccionado la técnica y arrojábamos agua desde la primera ventada del piso y desde la última al mismo tiempo.

Así que el primer año había pasado entre “agua va”, caceroladas, excursiones por Santiago y alrededores, cenas en casas de amigo y en la mía propia, cafés, muchos cafés, tartas, conciertos, patines, cine, salidas hasta el amanecer, acumulando basura en el balcón (llegamos a tener 40 bolsas y un ya identificado síndrome de Diógenes), fotos y una permanente búsqueda del amor verdadero que no llegó.

En un plano más positivo, aquel año también sirvió para que, con ayuda de una buena amiga (Estela), me adentrase en el gusto por la lectura y la música clásica.

De la primera recuerdo “Bajo las ruedas” de Hermann Hesse y de la segunda, la música que os propuse al principio de este post.



Por todo ello creo que el resultado en el mes de junio no fue del todo malo. Claro, esto visto toda las experiencias vitales que había acumulado, pero de las que era mejor que mis progenitores tuviesen poco o ningún conocimiento.

jueves, 16 de febrero de 2012

Una motivación para estudiar


Fueron días o más bien meses complicados, donde la búsqueda de una nueva motivación para avanzar en los estudios se veía dificultada por las diversas tentaciones de una ciudad universitaria cargada de actividades “extraescolares” que impedían que lograse una adecuada concentración en los estudios.

Y pasó lo que tenía que pasar. En el mes de enero decido dejar de asistir a clases. Los profesores no eran un elemento motivador para continuar con unos estudios que me llevarían por un camino que no quería recorrer. Ellos, con sus permanentes referencias a los exámenes y al estudio, alteraban el necesario equilibrio mental que precisaba yo para disfrutar en plenitud de Santiago.

Como podéis suponer el resultado, a finales de junio, fue realmente desastroso y eso que terminando mayo un rayo de luz iluminó mi nublado entendimiento.

“Si no lograba aprobar un número significativo de materias, mi andanzas por Compostela finalizarían de golpe”.

Así pues, tras un esfuerzo corto, pero intenso, logré aprobar 3 asignaturas, de un total de 6. Para mi todo un éxito, visto lo que había sucedido, pero claramente insuficiente para mis progenitores, que nos recibieron  a mi y a mi hermano con un:

  • -       No pagamos vacaciones. Si queréis seguir estudiando en Santiago ya podéis ir aprobando.- Nos dijeron papá y mamá mientras que nosotros estábamos sentados con cara de resignación sabiendo que tenían razón.


Dicho y hecho, en septiembre dos asignaturas más aprobadas, y habrían sido tres de no ser por una discusión acalorada que en el mes de junio había tenido con el profesor de Teoría Económica. En ella lo  había acusado de “ir contra nosotros” a lo que añadí alguna que otra joya que no debo ni puedo reproducir aquí.

Todo fue el resultado de que hubiese alterado el modo de puntuar el examen. Este cambio supuso que algunos de nosotros, pudiendo estar aprobados, estábamos suspensos.

La discusión habría quedado ahí sin pasar a mayores y posiblemente yo aprobado el examen de septiembre, de no haber aparecido pinchadas las cuatro ruedas del coche a dicho profesor. Actividad de la que él me acusó directamente a mi.

Tengo que deciros que yo no había sido, que mi frustración la encaucé mediante los insultos que proferí ante él,  y así se lo hice saber, pero debí de ser poco convincente y mis exámenes de Teoría económica de primero aparecieron suspensos hasta que ya no pudo más que ponerme un aprobado. En tercero de carrera con notable en Microeconomía de segundo y Matrícula de Honor en Macroeconomía de tercero tuvo que aprobarme Teoría Económica de primero pues no resultaba muy razonable que figurase suspensa.

Y así fue como encontré una nueva motivación para estudiar. No quería dejar de disfrutar de Santiago. Para un estudiante esta ciudad se aproxima a la visión que yo podría tener del paraíso terrenal, en caso de que fuese creyente.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Si vales, vales y si no...


Los comienzo fueron interesantes, pero no se ajustaban a los planes previstos. Una vez adoptada la decisión de abandonar la filosofía para entregarme en cuerpo y alma a la mundanal realidad de los negocios, parecía lógico entrar con fuerza y con un objetivo claro y bien definido.

Me dije a mi mismo,

  • -       Quiero ser rico!.


Entendiendo por tal a aquel que acumula tantos recursos (mayoritariamente económicos) que le permiten desarrollar una vida sin sobresaltos y dedicada a satisfacer la mayor parte de los deseos que se puedan comprar con dinero (prácticamente todos).

Y con ese objetivo inicio mis estudios en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Santiago de Compostela, no sabiendo bien lo que se me venía encima a las pocas semanas de iniciar el curso.

Una mañana, como otra cualquiera, en la que me sentaba en una de esas incómodas sillas de brazo de la famosa Aula A de la facultad (más de 500 sillas colocadas en pendiente que te hacían sentir realmente minúsculo en un mundo nuevo, pero lleno de alicientes). 


El profesor de estructura económica comienza un relato en el que afirma:

  • -       No es posible un crecimiento infinito en un mundo finito.


Deja su afirmación flotando en el aire con el objetivo de que alguna de aquellas más de 300 almas jóvenes la tomásemos y acompañásemos con nuestros comentarios su disertación. Pero bien sabido es que entre las personas jóvenes de 18 años no se considera adecuado hacerse ver en un aula tan grande y delante de un número tan alto de compañeros. Cualquiera de los asistentes puede convertirse en un gran difusor de las posibles meteduras de pata que una persona inexperta en estas lides pueda cometer.

Con todos nosotros en silencio, salvo los consabidos rumores que se producen done hay trescientos jóvenes reunidos, es donde nuestro querido profesor continúa apuntalando con nuevos comentarios su afirmación,

  • -       En una tierra con recursos limitados, la riqueza es en si misma un recurso por lo que la riqueza de unos genera pobreza en otros.


Ahora sí que había conseguido tocarme la fibra sensible. Si su afirmación era correcta, y a todas luces lo parecía, el logro de mi objetivo, aquel tan elevado que había servido para apoyar mi decisión de estudiar empresariales (hacerme rico) traería consecuencias negativas en otros, que no por desconocidos me hacían más sencillo olvidar las consecuencias que traerían consigo mis actos.

Una cosa es querer ser rico  pensando que no lo es quien no quiere y otra bien distinta es pensar que al hacerme rico yo estoy empobreciendo a otros. 

Rico si, pero “capullo insolidario” no.

Y aquí estaba yo, matriculado en una carrera que me llevaría directo a la “riqueza” , no queriendo recorrer ahora ese camino.

...y sólo habían pasado una semanas desde que había empezado la carrera.

lunes, 13 de febrero de 2012

¿Y tú de mayor qué quieres ser?


Hay momentos realmente importantes en la vida de una persona que a veces pasan como si fuesen uno cualquiera.

Para mi, uno de esos momentos críticos a los que tendemos a dar poca importancia es el de la elección de los estudios que vas a realizar.

Recuerdo que en mi caso mi orientación profesional venía muy condicionada por el imaginario familiar que me veía como un buen “negociante” y por la influencia de un buen amigo que, con un año más que yo, tenía claro su interés.

La verdad es que cuando estás decidiendo tu futuro profesional tiendes a pensar en lo que vas a estudiar en el futuro más en términos de las materias que te gustan que en las posibles salidas profesionales o trabajos que podrías desarrollar con esa titulación.

Es así como en COU se me pasa por la cabeza la posibilidad de estudiar filosofía.

Esta era una signatura que me encantaba, tanto gracias a a la propia materia como a las habilidades de la profesora de tercero de BUP y el profesor de COU que me hicieron disfrutar de ella.

Así fue como un día, sin previo aviso, en una comida como otra cualquiera, mis padres me pregunta que qué iba a estudiar al año siguiente.

Imaginaros, yo allí sólo, sin apoyo y sin haber preparado una respuesta, así que, sin que sirviese de ejemplo, fui sincero y dije en alto lo que llevaba algún tiempo pensando.

-       -Pues estoy planteándome o Filosofía o Empresariales.

Yo, que hasta ese momento no había leído ni el primer libro entero (y no es un decir), diciendo que quería estudiar Filosofía.

Mis padres aguantaron estoicamente sin reír,  pero su lenguaje no verbal decía a las claras:

-       -¿Tú estás loco?, ¿Filosofía?, ¿Si no has leído un libro en tu vida?.

Así que la decisión fue relativamente sencilla. Yo iba para Empresariales en la USC (Universidad de Santiago de Compostela).

Como dice Michelle Shocked en su canción Anchorage sobre New York:



Ya lo decía yo sobre Santiago de Compostela.

Hey girl what's it like to be in Santiago?
Santiago City, imagine that

viernes, 10 de febrero de 2012

Una oportunidad de negocio que nace en un "residuo"


Otro episodio significativo que ayudó a fijar en el imaginario familiar mi personalidad emprendedora ocurrió durante el quinto curso de la EGB. 

Estudiaba yo por aquella época en las aulas que un colegio cercado a nuestra casa tenía en el muelle de Ferrol. El resto de mis hermanos asistían a clases en ese mismo colegio pero en las instalaciones principales en el barrio de Canido, siendo yo el único que se tenía que desplazar a otro barrio de la ciudad para asistir a clase.

Esta situación, que en principio puede pareceros desventajosa para mi, fue, a mi entender, uno de los elementos que modeló mi carácter.

Las aulas a las que asistía yo se encontraban a 15 minutos andando de mi casa. Esto suponía, 15 minutos de ida, otros 15 de vuelta por las mañanas y otro tanto por las tardes. En total 60 minutos de soledad infantil que, como podéis suponer, dan lugar a un sin fin de travesuras y reflexiones alguna de las cuales, o más bien de sus resultados, vengo a contaros ahora.

Estábamos en el mes de abril, momento donde cada año se prepara con ahínco la celebración del “Día das letras galegas” que cada año se celebra el 17 de mayo.  En esta señalada fecha se aprovecha para fomentar la lectura en gallego mediante la instalación de casetas de venta de libros en gallego y la representación de obras de teatro o lectura de textos del autor homenajeado.

En aquella ocasión el tutor de mi curso nos había propuesto la posibilidad de vender manualidades que podríamos hacer en la clase de plástica. Para ello nos propuso que hiciésemos ceniceros con arcilla (quién iba a decir de aquella que hoy por lo mismo casi podría haber acabado preso), pues en los ochenta prácticamente todos los padres y madres fumaban.



Así que, atendiendo a su propuesta, nos pusimos a fabricar ceniceros. He aquí que la arcilla se comercializa en paquetes de 1 kilo, mientras que nuestras necesidades a nivel individual eran de medio kilo. Así pues, cada uno de nosotros tenía un exceso de materia prima de medio kilo. Yo, que por aquel entonces ya era capaz de identificar una oportunidad de negocio, le propuse a un compañero que no comprase la arcilla, que le podía vender el medio kilo que me sobraba. Como es normal aceptó ya que suponía, para sus padres, un ahorro del 50 %.

Para mi el negocio era redondo. Mis padres pagaban el kilo entero y yo recuperaba, por venta de “desperdicios” un 50 %, que por supuesto no iba a reembolsar a los compradores originales, sino que quedaría para cubrir mis gastos. Mi razonamiento seguía una lógica aplastante, si la idea era mía y mis padres ya habían asumido como gasto el total de la compra, los posibles beneficios obtenidos con la venta de ese residuo debería repercutir directamente en mi.

Y así fue, cobré la venta y me la gasté antes, incluso de llegar a casa. Esta situación, vista con la perspectiva que hoy tenemos de los acontecimientos, ya deja entrever uno de mis principales problemas, mi fuerte orientación hacia el Carpe Diem (vivir el momento).

jueves, 9 de febrero de 2012

Los comienzos


Para encontrar los orígenes la historia que os voy a contar hay que trasladarse a la segunda mitad de los 70.

Por aquella época yo tenía entre  siete y once años y, en esos años que según los pedagogos marcan en buena medida el carácter que más adelante desarrollaremos, ya se podían ver alguna de las claves que definen mi desarrollo personal y profesional.

Se recuerda, en el imaginario familiar, aquella vez que, estando la familia de viaje de vacaciones cruzando España de sur a norte y después de un buen número de horas en el SEAT 131 de mis padres paramos para hacer un pequeño descanso y los consabidos viajes al WC.



Pasado el momento de las súplicas en las que les pedíamos a nuestros progenitores que nos pagasen amablemente unas fantas, y a la vista de la nula efectividad de nuestras plegarias decidí ofrecerme yo a pagar las consumiciones  de mis dos hermanos mayores.

Lo que para ellos suponía un elevado acto de altruismo por mi parte, para mi era sólo una inversión de corto plazo por la que pretendía satisfacer una necesidad perentoria y, al mismo tiempo, lograr cierta rentabilidad.

Muchos años más adelante, cursando 4 de carrera, pude comprender el concepto que guió mi comportamiento de aquel momento, que no por desconocido dejaba de operar. Se trataba del conocido como pay-back o en la lengua de estas tierras, el plazo de recuperación de la inversión.

Mi propuesta de pagar las fantas era para mi un mero acto de inversión que esperaba tuviese como pay-back un plazo inferior a los dos días, momento en el que llegaríamos a casa y mis hermanos podrían devolverme las cantidades invertidas.

Mis previsiones se cumplieron, pero resultó necesaria la intervención de un organismo mediador, “mamá”, quien, con el objetivo de evitar males mayores dictaminó que mis hermanos deberían devolverme el dinero que yo había adelantado, pues no era cosa de que el pequeño pagase las fantas de los mayores.
La verdad es que la rentabilidad de la operación resultó excelente ya que, con unas pequeñas artimañas, de las que el arte de la venta no está exento, logré trasladar a mis hermanos el coste de mi “Fanta”. Todo un logro para un niño de 7 años que se iba ganando el apodo de “negociante”.

Debo decir en este punto que bajo el concepto de “negociante” se recogen, en el caso del lenguaje familiar, un buen conjunto de atributos, algunos de marcado carácter positivo pero otros bastante alejados de lo que podríamos considerar ético o adecuando.

Explicación

Estoy hoy iniciando mi andadura como Blogger queriendo reflexionar sobre mi experiencia como emprendedor.

Hoy en día podemos ver un montón de reportajes sobre emprendedores exitosos a los que casi todos nosotros miramos con cierta envidia, pero mi caso no se parece mucho al de esas personas.

Soy lo que se puede denominar un "emprendedor aparentemente fracasado".

¿Y qué significa eso?, pues algo sencillo. Simplemente que no he logrado lo que en apariencia debería lograr: éxito en los negocio. O para ser más correcto, no he logrado el éxito que el entorno entiende que debemos lograr en los negocios.

He pasado por momentos buenos, mejores y ahora nos está tocando vivir los peores con dos empresas en concurso de acreedores y una situación personal y profesional, en lo económico, complicada.

Por ello me he propuesto escribir sobre mi experiencia emprendedora, intentando encontrar los errores que he ido cometiendo y reflexionando sobre el concepto de ÉXITO, que no tiene por qué significar lo mismo para mi que para Amancio Ortega.

Espero que a lo largo de las diferentes entradas y del análisis histórico que iré desarrollando, encontréis ciertos apuntes que puedan serviros para no cometer mis mismos errores.