Por tomar el título de la letra de una canción de Pablo Milanés, la comparto con vosotros.
Los años siguientes fueron pasando con una mayor capacidad
para adaptarme a los tiempos de la universidad. Los dos primeros meses puedes
pasarlos de “fiesta total” siempre y cuando asistas a clases y sepas frenar
unas semanas antes de las navidades, para preparar los primeros parciales.
Acabados éstos te puedes coger un nuevo mes de vacaciones, o algo más, para
encarar con fuerzas el final del curso y cumplir con un ratio razonable de
calificaciones.
Este nuevo conocimiento sobre la realidad universitaria me
permitió ir mejorando mis calificaciones, al punto que, una vez finalizado
tercero de carrera, me pareció que debía compatibilizar empresariales con otra
carrera más, de la que matriculé al curso siguiente.
Con lo que no contaba yo era con la aparición en mi vida, en
cuarto de carrera, de algunos nuevos elementos que distorsionaban mi capacidad
para atender adecuadamente dos carreras, estos son: mi primera novia en la
Universidad y un sindicato de estudiantes en el que buscaba el apoyo ideológico
que no encontraba ni entre mis profesores, ni entre mis propios compañeros.
Como consecuencia de este nuevo entorno, unos resultados
académicos aceptables y una segunda carrera abandonada, pero no me quejo ya que
la universidad debe servirnos también para formarnos humanamente, y en ese
campo estaba alcanzando grades avances.
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