lunes, 19 de marzo de 2012

Fifteen days living in southwest Ireland


Llegué a Cork en la tarde de un 14 de enero, con las calles con restos de nieve y la decoración navideña aún sin recoger.

Mi primer destino fue un Youth Hostel, donde estaría alojado hasta que encontrase una habitación en un piso a compartir, lo que sucedió a los tres días de mi llegada.



Para encontrar el piso conté con la ayuda de persona que esperaba que fuese mi “puente” en Irlanda. Era la exnovia de un amigo de Santiago. Una chica irlandesa que había pasado el curso anterior en Santiago de Compostela con una beca de ERASMUS.

Me ayudó a instalarme en una casa de alquiler y desapareció, 4 meses lejos de Galicia le habían hecho olvidar nuestra relación pasada. Supongo que parte de la culpa la tiene el que en Irlanda tenia pareja y que esta era anterior a su estancia en Santiago, por lo que entiendo que pretendía separarme lo más posible para evitar los posibles riesgos asociados a mi presencia en Cork y que llegase a su novio irlandés información sobre sus andanzas santiaguesas.

Y allí estaba yo, en Cork, solo, con un frío de los de verdad, echando de menos a mi novia y sin necesidad de trabajar, ya que disponía de dinero para vivir 6 meses.

La casa, típica de barrio de trabajadores, la habitación y la ciudad se me echaban encima. Caminaba por las calles solo, la mitad del tiempo llorando y la otra pensando: ¿qué se te ha perdido a ti aquí?.



El primer fin de semana fue terrible. Debido a la ansiedad que tenía, me despertaba temprano, por lo que el día, ya de por si largo, se hacía interminable. 

El viernes por la tarde llamé a mi supuesta amiga, pero ni caso, por lo que ya podía suponer lo que iba a suceder durante el fin de semana. Una terrible soledad, de la que hoy, sorprendentemente, disfruto en mis estancias fuera de España, pero para la que no estaba preparado con 23 años, donde el éxito en las relaciones sociales consistía en estar rodeado de gente la mayor parte del día y acompañado por alguna persona por noche.

Desde el viernes vagué por las calles con el único objetivo de gastar ese tiempo que me pesaba como una losa. Sentía como si cada minuto fuese realmente una hora. El segundero del reloj parecía el minutero, éste la aguja de las horas y esta última días en un calendario.

Entraba en Pubs pensando que el tomar una Guinness y escuchar música irlandesa me ayudaría a encontrar mi lugar el Irlanda. Pero la realidad es que nada me hacía sentir mejor. No paraba de pensar que me quedaban seis meses por delante en los que las cosas no pintaban bien.



Qué injusto es el tiempo, cuando lo estamos pasando bien, los minutos parecen segundos, pero cuando la cosa va mal, parecen horas.

Debido a mi intención inicial de permanecer en Irlanda por seis meses, tuve que controlar los gastos ya que no pretendía trabajar, ¡Vaya error!, por lo que me apunté a un curso de inglés más bien barato en el que sólo tenía clase tres días a la semana.

El resultado de ambas decisiones, menos relaciones y más tiempo libre para aburrirme y añorar lo que había dejado en Galicia.

Lo sucedido en Irlanda creo sinceramente que fue  mi primer gran fracaso. Hasta ese momento me creía capaz de lograr lo que quisiese, pero esa situación me hizo entender que no todo dependía de mi y que yo, más de lo que creía, dependía de otros.

No era capaz de quitar de mi cabeza un verso de un poema de Benedetti que dice: 

"Uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere"

Y yo no quería estar allí, en Cork, solo en el mes de enero del año 1993.

Y me volví. Después de hablar con mis padres y que ellos me apoyasen diciéndome que no pasaba nada malo por volverse, que ese podía no ser el momento y que ya aprendería inglés más adelante. ¡Vaya mentira!, hoy, casi 20 años después, sigo sin hablar inglés.

Pero en el momento sus palabras sirvieron para lo que tenía que servir, me volví. Menos seguro de mi mismo, dudando de mis capacidades, pero había logrado dejar de llorar.

Y el fracaso, ¿qué es el fracaso?. Mi fallida experiencia irlandesa me dejó un poso que me permite hoy valorar de un mejor modo los logros y entenderme a mi mismo como parte de un todo más amplio.

Quizás fuese necesario llorar quince días para entenderlo.

2 comentarios:

  1. Coincidencias de la vida, ese mismo 14 de enero, pero 10 años después, me necontraba en la misma situación, en un país cuyo nombre también empieza por I, Italia, en este caso.

    Y sabes a quién echaba yo de menos sobre todas las cosas?

    A tu hijo!!! :-)

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