Todo había empezado al finalizar
quinto de carrera, momento en el que mi abuela, esa que durante toda mi vida
estuvo compensando me por haber llorado el día de mi nacimiento (prefería que
hubiese sido niña), me dijo que me daría el dinero para ir a estudiar inglés a
Irlanda durante 6 meses.
De todos es sabido, y ya lo era de
aquella, que el conocimiento del inglés es un factor clave para el éxito
profesional. Debido a ello, la propuesta de mi abuela marcaba con claridad el
puto de partida en mi camino del éxito.
Por aquel entonces, la que era mi
pareja, la misma por la que un año más tarde cruzaría el Atlántico
para olvidarla, estaba estudiando un MBA en Vigo. Esto me permitió
disfrutar de esa ciudad los meses que pasaron desde la finalización de mis
estudios hasta que dispuse del dinero para marcharme. Fueron unos
buenos meses en los que cada dos por tres estaba en la ciudad olívica haciendo
de amo de casa y disfrutando de no hacer nada.
Tanto fue así que ni se me pasó por
la cabeza pasar las largas horas en las que estaba solo, estudiando inglés.
Cosa que sin duda habría ayudado a mi llegada a Irlanda.
Mi nivel de inglés, por aquel tiempo,
era más o menos como el de hoy: Prácticamente NULO.
Pasé las navidades de ese año
preparando mi viaje a Irlanda, comprando ropa de abrigo y haciendo una mochila
grande, grande en la que debería incluir mi gaita gallega. Esta debería
convertirse en mi llave para abrir las puertas de las relaciones “musicales” en
Irlanda.
Nuestro viaje a Irlanda, hacía poco
menos de un año, nos había dejado la imagen de un país amigable y, sin duda,
volcado en la música y los músicos. Esto me hizo pensar que mi gaita gallega
sería realmente un talismán. Ya lo había sido en nuestro viaje anterior
donde había supuesto unas Guinness gratis en un pub por tocar una
“piezas” y algo de dinero por tocar en la calle en Dublín. Llevando mi gaita,
nada podía salir mal.
Y así salí del aeropuerto de Santiago
de Compostela, con una tristeza profunda por abandonar a mi pareja y a los
míos, pero con la firme convicción de que en pocos días dispondría de un
importante número de amigos músicos y que en breve mi nivel de inglés me pondría
en el camino adecuado.
Pese a lo cerca que está Dublín de
Santiago, e viaje tuvo que llevarme primero a Barcelona (cosas que tiene
este país), dos horas en una escala que lejos de tranquilizarme y ayudarme a
preparar mi inminente aterrizaje en Irlanda, me causaron un gran desasosiego y
me colocaron en una posición nada constructiva.
Antes de despegar, agradecí este
extraño trayecto pues se trataba de mi primer viaje en avión y mejor cuantas
más veces despegase y aterrizase.
Así pues el segundo aterrizaje de mi
vida segundo fue en Dublín un día frío, lluvioso y gris, como no podía ser de
otra forma, o qué esperaba yo.Quizás si el día hubiese sido primaveral, soleado
y caluroso, las cosas hubiesen sido distintas, pero eso ya nunca lo sabremos.
Había decidido no quedarme en Dublín
pues conocía en Cork a una persona que esperaba fuese mi apoyo en
Irlanda. Así que una vez en el aeropuerto tenía que superar mi primera prueba.
Lograr tomar un taxi que me llevase hasta la estación desde la que tomaría en
tren hacia Cork.
Esta primera prueba fue superada sin
demasiadas complicaciones, una vez recogida mi mochila en ala banda de
equipajes. Debo agradecer a las empresas especializadas en señalar los
aeropuertos pues hacen un excelente trabajo. Esto me permitió llegar hasta el
taxi sin haber cruzado ni una palabra con ningún nativo a los que entendía poco
más que a la tribu más recóndita de la Amazonía.
Una vez en el taxi, la cosa fue
relativamente sencilla. Tenía que decir simplemente: "Train station,
please", a lo que el taxista respondió con un simple"Ok".
Es cierto que el pueblo irlandés es
amable y hablador, lo que les lleva a entablar una conversación en los más
extraños lugares como en un urinario, por ejemplo. Debido a ello, y como era de
esperar, el taxista intentó iniciar una conversación ya antes de haber
abandonado el recinto del aeropuerto. De las pocas palabra que entendí, pude
decir que me estaba preguntando por el motivo de mi viaje, a lo que respondí
que iba a Cork a estudiar inglés y aproveché para indicarle que mi nivel de
inglés era muy bajo, con lo que esperaba que cortase la conversación. Y así
fue, permaneció callado hasta que llegamos a la estación de trenes de Dublín
desde la que tomaría el tren hacia Cork. Hoy aún no se si el silencio del
taxista se debió a que entendió mis palabras sobre el bajo nivel de inglés que
tenía o a que había respondido algo completamente distinto a lo que me estaba
preguntando, con lo que quedaba acreditado, de todas formas, mi bajo nivel de
inglés. En todo caso, el resultado fue el esperado, un viaje por Dublín sin
conversaciones que, por el esfuerzo, te hiciesen doler la cabeza.
Una vez en la estación encontré, con
facilidad, el mostrador de venta de tickets. Allí empezaron mis problemas.
Pensaba que sería como con el taxista, una frase sencilla y un simple
"Ok" por parte del vendedor. Pero ante mi: " A ticket to Cork,
please", el vendedor dijo algo que, por la expresión de mi cara, repitió
en tres o cuatro ocasiones, hasta que con sus manos, recorriendo con el dedo
índice el mostrador de interior a exterior dijo: "single", para
inmediatamente después, de nuevo recorriendo el mostrador de interior a
exterior para volver de nuevo al interior, decir: "or return".
Momento en el que comprendí que se refería a ida o ida y vuelta. Entonces,
debido a que esperaba pasar en Cork 6 meses, le dije "single" con la
pertinente alegría del vendedor y de las personas que estaban en la cola que se
fue formando debido a mis dificultades comunicativas.
Ya no hubo más preguntas, me asignó
un asiento en ventanilla. Supongo que temía que pudiésemos tardar otros cinco
minutos en explicarme lo que me estaba preguntando, por lo que optó por darme
ventanilla, que siendo extranjero, seguro que agradecía la posibilidad de disfrutar
de la verde campiña irlandesa.
CONTINUARÁ...
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